Durante años, los cuerpos gordos han sido reducidos a estigmas, burlas o “proyectos en espera de ser arreglados”. Se ha normalizado juzgar sin entender, opinar sin vivirlo, y medir el valor de una persona por lo que pesa en la balanza.
Pedir respeto no es romantizar la obesidad.
Es un acto de humanidad.
Pero la salud no se construye con odio.
Y la dignidad no debería tener condiciones.
Reconocer la complejidad del cuerpo humano, sus historias, su dolor y su resistencia, no es exaltar la obesidad. Es rechazar una cultura que convierte a las personas en blanco de prejuicios bajo la excusa de la preocupación.
Todos merecemos respeto, cuidado y representación.
Porque no se trata de glorificar, sino de humanizar.
Porque la empatía siempre pesa más que los prejuicios.
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