Por Redacción | 16 de mayo de 2025
El expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica falleció el pasado lunes 13 de mayo a los 89 años, tras una larga lucha contra el cáncer de esófago. Con su muerte, se cierra un capítulo emblemático de la historia reciente del Uruguay, marcado por la lucha revolucionaria, la resiliencia y un estilo de liderazgo basado en la austeridad, la ética y la reflexión.
De la guerrilla a la democracia
Nacido en Montevideo en 1935, Mujica fue uno de los líderes más visibles del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, un grupo armado de izquierda que, durante los años 60 y principios de los 70, recurrió a la lucha armada en un contexto de creciente autoritarismo y desigualdad social.
Como parte de esa militancia, Mujica participó en asaltos, secuestros y otras acciones que lo llevaron a pasar casi 15 años en prisión, varios de ellos bajo duras condiciones de aislamiento. En múltiples entrevistas posteriores, como la realizada por el diario El País en 2013, Mujica reconoció: “Fuimos unos locos que creímos que con unas pistolas podíamos cambiar el mundo. No me arrepiento de haber luchado, pero sí de no haber entendido lo complejo que es transformar una sociedad”.
Lejos de renegar de su pasado, Mujica lo asumió con autocrítica. En su libro Una oveja negra al poder (Casa Editorial Sudamericana, 2014), declaró: “La violencia no se puede idealizar. Aprendí que el odio y el resentimiento son enemigos de la construcción política”.
Un presidente atípico
Tras la transición democrática de 1985, Mujica se integró al Frente Amplio y desarrolló una carrera política en el Parlamento. En 2010 asumió la Presidencia de la República, cargo que ocupó hasta 2015. Durante su mandato, promovió una serie de reformas progresistas que posicionaron a Uruguay a la vanguardia regional: la legalización del matrimonio igualitario, la regulación del mercado del cannabis y la despenalización del aborto.
Su estilo contrastó con la pompa habitual del poder: vivía en su chacra de Rincón del Cerro, manejaba un escarabajo modelo 1987 y donaba gran parte de su salario. Como él mismo explicó en una célebre entrevista con la cadena Al Jazeera: “No soy pobre. Pobres son los que necesitan mucho para vivir”.
Sus discursos ante la ONU y otras instancias internacionales llamaron la atención del mundo por su crítica al consumismo y la desigualdad global. En 2012, durante la Cumbre de Río+20, sorprendió al afirmar: “Desarrollar no es tener más, sino ser más felices con menos. Somos hijos del consumo”.
Legado y contradicciones
A lo largo de su vida pública, Mujica fue una figura que generó respeto, incluso entre sus adversarios políticos. El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva escribió tras su muerte: “Una persona como ‘Pepe’ no muere. Su ejemplo seguirá iluminando generaciones”.
Sin embargo, su figura también fue objeto de críticas. Algunos sectores cuestionaron su falta de rigor en temas económicos y su estilo a veces improvisado. Otros le reprocharon haber sido parte de una organización armada. Pero incluso en esos puntos, Mujica ofreció reflexión antes que negación. En diálogo con la periodista argentina María O’Donnell en 2018, dijo: “Cometimos errores, sí. Pero también aprendimos que las democracias no son perfectas, y sin embargo, son lo mejor que tenemos”.
El último mensaje
En sus últimos años, ya alejado de la vida política activa, Mujica dedicó sus días a escribir, cultivar su huerta y recibir visitas de jóvenes de todo el mundo. “Prefiero ser un viejo jardinero que un viejo resentido”, dijo en una de sus últimas apariciones públicas.
Mujica deja un legado político y humano difícil de clasificar. Fue guerrillero, prisionero, legislador, presidente y, sobre todo, un pensador incómodo que nunca dejó de interpelarse a sí mismo ni a su país.