La noticia del fallecimiento de Hugo Fernández Faingold, a los 78 años, el pasado 22 de mayo de 2025, ha resonado con especial intensidad en Uruguay, aunque su figura trasciende fronteras por su impronta en momentos cruciales de la historia reciente de nuestro país. Exvicepresidente de la República, exministro de Trabajo y Seguridad Social, y embajador en Estados Unidos, Fernández Faingold fue un actor de peso en la política nacional, y su partida nos invita a una reflexión profunda sobre la naturaleza del servicio público y la evolución de la vida política.
Fernández Faingold, batllista de ley y figura clave del Partido Colorado, emergió en la escena política tras la dictadura, contribuyendo activamente a la reconstrucción democrática. Su vicepresidencia durante el segundo mandato de Julio María Sanguinetti (1998-2000), tras la sentida pérdida de Hugo Batalla, lo posicionó en el centro de la escena, demostrando una capacidad de gestión y un talante negociador que fueron distintivos. Luego, su rol como embajador en Estados Unidos en los albores del milenio, particularmente durante la crítica crisis financiera de 2002, fue fundamental para la obtención del «préstamo puente» que ayudó a Uruguay a sortear una de sus peores tormentas económicas. Este capítulo, a menudo subestimado, resalta su pragmatismo y su visión estratégica en momentos de alta vulnerabilidad nacional.
La trayectoria de Fernández Faingold nos recuerda una era de la política donde la formación intelectual, la experiencia en gestión y la capacidad de diálogo eran pilares fundamentales. Su perfil de profesor y académico se complementaba con una vocación de servicio que trascendía las rencillas partidarias, buscando consensos en aras del bien común. No se trataba de un político de redes sociales ni de slogans vacíos, sino de un constructor de puentes y un estratega en las bambalinas del poder.
Su muerte, sin embargo, no solo marca la despedida de una figura destacada, sino que también nos hace mirar el panorama político actual y preguntarnos: ¿dónde están los Fernández Faingold de hoy? En un escenario global y nacional cada vez más polarizado, donde la retórica y la confrontación parecen ganar terreno sobre el debate constructivo y la búsqueda de acuerdos, la ausencia de figuras con su bagaje y su estilo se siente como una orfandad. La política, en muchos casos, ha mutado hacia un espectáculo mediático, perdiendo quizás parte de su esencia como arte de lo posible y espacio de construcción colectiva.
La reciente aprobación de una pensión graciable por parte del Senado, debido a su delicado estado de salud y situación económica, es un gesto que, si bien tardío, resalta la importancia de reconocer a quienes dedicaron su vida al servicio público, más allá de la filiación partidaria. Es un recordatorio de que, incluso en tiempos de diferencias ideológicas marcadas, hay un legado de compromiso y un reconocimiento a la dedicación que deben permanecer.
La partida de Hugo Fernández Faingold no es solo una nota necrológica; es una invitación a reflexionar sobre la calidad de nuestra dirigencia política, la necesidad de recuperar la capacidad de diálogo y la importancia de la experiencia y el conocimiento en la gestión del Estado. Su vida fue un testimonio de una política más profunda, más reflexiva y, quizás, más eficaz. Su legado nos interpela: ¿estamos formando a las nuevas generaciones de líderes con la misma solidez y visión de Estado que caracterizó a figuras como la suya? La respuesta a esa pregunta definirá, en gran medida, el futuro de nuestra República.